Orgullo, tierra y libertad: el Perú profundo también celebra su independencia
Este 28 de julio, el Perú conmemora un nuevo aniversario patrio. Pero más allá de los actos oficiales, hay una celebración silenciosa que ocurre en los valles, los andes y la selva: la de quienes trabajan la tierra, defienden su cultura y dan de comer a un país entero.
28 de julio: Día de la Independencia del Perú y el legado de un pueblo que nunca dejó de luchar
En 1821, desde el balcón del Palacio de Lima, el general argentino José de San Martín proclamaba la independencia del Perú. Aquel 28 de julio no fue un punto final, sino el inicio de un largo camino para construir soberanía, justicia y pertenencia.
Hoy, 204 años después, el Perú celebra un nuevo aniversario patrio. Pero mientras en la capital se realizan actos oficiales y desfiles, en el interior profundo la conmemoración adquiere otro tono, más vinculado a la historia viva que a la ceremonia. Porque el Perú no se entiende sin sus campesinos, sin su diversidad de pueblos, ni sin los ciclos de siembra y cosecha que estructuran la vida cotidiana de millones.
La independencia no solo se celebra, se cultiva. En cada parcela de papa en la sierra, en los campos de arroz del norte, en los cultivos de cacao de la Amazonía y en las comunidades quechuas y aimaras que siguen transmitiendo saberes milenarios. Allí también se defiende la patria.
El Perú es hoy uno de los países más biodiversos del mundo. En su territorio se originaron cultivos que alimentan al planeta: la papa, el maíz, el ají, el tomate, la quinua. Su cocina es patrimonio cultural, pero antes de llegar al plato, cada ingrediente pasa por manos campesinas. En este 28 de julio, también se honra a esas manos.
La lucha por la independencia fue larga y compleja. Los pueblos indígenas resistieron durante siglos la dominación colonial, mucho antes de la llegada de San Martín. Luego fueron protagonistas invisibilizados del proceso libertador y, más tarde, del esfuerzo por construir una nación que muchas veces los dejó fuera. Pero allí están, aún hoy, produciendo, cuidando el agua, manteniendo vivas las lenguas originarias, adaptándose al cambio climático sin perder su raíz.
Las festividades del 28 de julio en zonas rurales tienen un sabor particular. Se mezclan la bandera rojiblanca con las danzas tradicionales, los rituales a la Pachamama con las misas, las ferias agrarias con los desfiles escolares. Es una celebración que no olvida el pasado, pero mira hacia adelante, con la esperanza de un país más justo y conectado con su diversidad.
A pesar de los desafíos sociales y económicos, el agro peruano sigue siendo un motor económico, responsable de millones de empleos y de buena parte de las exportaciones del país. Productos como el café, los arándanos, la palta y la quinua han conquistado mercados internacionales. Pero detrás de cada éxito comercial hay historias de esfuerzo, migración rural, innovación y resistencia cultural.
Este año, la celebración de la independencia coincide con un momento de tensiones políticas, demandas sociales no resueltas y desafíos climáticos crecientes. Pero también con la reafirmación de una identidad que se construye desde abajo: una identidad campesina, indígena, diversa, que ha sido y sigue siendo parte fundamental del Perú profundo.
Celebrar el 28 de julio no es solo recordar una proclama. Es reconocer a quienes, día a día, trabajan por la soberanía alimentaria, la defensa del territorio y la continuidad de una historia que no empezó en 1821 ni termina hoy.