La cancelación del examen a 47 aspirantes al bachillerato por hacer trampa en línea -a través del uso de celulares y redes sociales- ha encendido una señal de alarma sobre los desafíos del sistema educativo digital en México. Si bien el hecho ocurrió en un contexto urbano, sus implicancias se proyectan con mayor fuerza en las zonas rurales, donde la conectividad es deficiente, el acceso a tecnologías es limitado y el acompañamiento pedagógico resulta insuficiente.

En regiones agrícolas, donde miles de jóvenes aspiran a ingresar a bachilleratos técnicos agropecuarios o carreras vinculadas a la ingeniería agronómica, este tipo de incidentes evidencia una doble desigualdad: la digital y la territorial.

El ausentismo fue bajo -apenas 447 de más de 78 mil inscritos- pero las brechas de infraestructura educativa y la falta de protocolos robustos de evaluación remota exponen a estudiantes de zonas rurales a mayores riesgos de exclusión. La trampa virtual puede ser síntoma de desesperación, pero también de desigualdad estructural.

Este episodio interpela no solo al sistema educativo, sino también a las estrategias de desarrollo rural. En un contexto donde el comercio agrícola exige tecnificación, trazabilidad y valor agregado, la falta de acceso a formación técnica sólida compromete el relevo generacional y la resiliencia del agro mexicano.

Si México quiere fortalecer sus cadenas de valor agroalimentarias y asegurar competitividad en los mercados globales, debe comenzar por garantizar que sus jóvenes rurales tengan acceso a educación de calidad, conectividad y herramientas digitales. Lo contrario perpetúa la desigualdad y frena la transformación del agro.