Guardianes de semillas en Colombia defienden el maíz ancestral frente al avance de los transgénicos
Campesinos, comunidades indígenas y defensores de la biodiversidad resisten la presión de la agroindustria para proteger variedades tradicionales de maíz que son parte vital de la cultura y la seguridad alimentaria del país.
En el corazón rural de Colombia, un movimiento silencioso pero firme se organiza para proteger uno de los tesoros más importantes de su historia agrícola: las semillas nativas de maíz. Conscientes de que la diversidad genética de este cultivo es esencial no solo para su cultura, sino también para la soberanía alimentaria, campesinos, indígenas y activistas se oponen al avance de variedades transgénicas que podrían homogeneizar la producción y reducir la resiliencia frente al cambio climático.
Los llamados "guardianes de semillas" trabajan de manera comunitaria en bancos de semillas, ferias de intercambio y redes de conocimiento que mantienen vivas decenas de variedades ancestrales. Estas semillas, adaptadas a suelos, climas y saberes locales, permiten sostener sistemas de cultivo más respetuosos con la biodiversidad y menos dependientes de insumos externos, en contraposición al modelo de la agroindustria, que promueve paquetes tecnológicos y semillas patentadas.
Organizaciones defensoras del campo advierten que la expansión de cultivos transgénicos amenaza la coexistencia de estas variedades, ya que la contaminación cruzada con polen modificado genéticamente podría poner en riesgo las poblaciones autóctonas de maíz. Además, el control de semillas por parte de grandes corporaciones limita el acceso de los agricultores a material genético diverso, condicionando la autonomía productiva y la seguridad alimentaria a largo plazo.
Las comunidades campesinas denuncian que las políticas públicas favorecen en muchos casos a la agroindustria, otorgando facilidades para la importación de semillas genéticamente modificadas, mientras restringen la circulación y el intercambio de semillas nativas. Esta situación genera tensiones en los territorios, donde persiste la defensa de prácticas agrícolas tradicionales, transmitidas de generación en generación.
Expertos en biodiversidad aseguran que el maíz nativo colombiano posee un valor incalculable, no solo como fuente de alimentación, sino también como reservorio genético que podría ser clave para enfrentar futuros desafíos climáticos, plagas o enfermedades. En ese sentido, preservar la diversidad significa mantener opciones abiertas para la adaptación y la innovación campesina, sin depender exclusivamente de soluciones tecnológicas externas.
Los guardianes de semillas impulsan proyectos de capacitación, intercambio comunitario y protección legal de variedades nativas, construyendo alianzas con universidades, ONGs y redes internacionales que apoyan la conservación de los recursos fitogenéticos. Estas iniciativas también reivindican el maíz como parte de la identidad cultural y espiritual de numerosos pueblos indígenas, donde el cultivo trasciende lo agrícola para convertirse en símbolo de resistencia y de vínculo con la tierra.
Mientras tanto, la presión de la agroindustria y la globalización de los mercados sigue avanzando, con la promesa de mayores rendimientos y rentabilidad. Sin embargo, muchos productores sostienen que la dependencia de semillas patentadas encarece los costos, disminuye la autonomía y puede dejar a los agricultores vulnerables ante crisis internacionales o fluctuaciones del comercio global.
El pulso entre el maíz ancestral y el transgénico no solo refleja un debate técnico, sino un profundo conflicto de modelo productivo y visión de futuro para el campo colombiano. La decisión de proteger la diversidad de semillas significa, para estos guardianes, defender la historia, la cultura y el derecho a decidir qué sembrar y cómo alimentar a sus comunidades.