El jengibre peruano: del campo andino a las góndolas del mundo
El jengibre se consolidó como uno de los productos estrella de la agricultura familiar. Con gran demanda internacional, combina propiedades medicinales, versatilidad culinaria y un impacto económico creciente.
El jengibre (Zingiber officinale) se ha convertido en una raíz estratégica para la agricultura peruana. Originario del sudeste asiático, encontró en los valles interandinos y selvas altas del país las condiciones ideales para su desarrollo: suelos fértiles, clima cálido y húmedo, y abundante lluvia.
Su expansión en la última década transformó el paisaje agrícola de regiones como Junín, Satipo y Chanchamayo, donde miles de pequeños productores lo cultivan bajo sistemas agroforestales que combinan sostenibilidad y rentabilidad.
En 2024, Perú se consolidó como uno de los mayores exportadores de jengibre orgánico del mundo, con envíos superiores a 60.000 toneladas y presencia en los principales mercados de Europa, Estados Unidos y Canadá. Este crecimiento fue impulsado por el interés global en alimentos saludables y el consumo de productos naturales con propiedades funcionales.
El cultivo del jengibre es eminentemente familiar y se desarrolla entre 800 y 1.800 metros sobre el nivel del mar. Las siembras se realizan entre agosto y octubre, utilizando rizomas seleccionados como semilla.
El suelo ideal es franco-arenoso, bien drenado y con buena materia orgánica, mientras que las temperaturas óptimas oscilan entre 20 y 30 °C.
La planta tarda entre 8 y 10 meses en madurar. Durante ese tiempo, requiere un manejo cuidadoso del riego y del control de malezas, así como protección frente a plagas del suelo como nemátodos o hongos.
Los agricultores suelen recurrir a bioinsumos y prácticas agroecológicas, especialmente en cultivos certificados como orgánicos.
La cosecha se realiza cuando las hojas comienzan a secarse, señal de que los rizomas han alcanzado su punto de madurez.
El proceso incluye lavado, clasificación y secado, seguido de empaque para exportación. En algunos casos, se destina parte de la producción al procesamiento local, elaborando aceites esenciales, infusiones o jengibre deshidratado.
Gracias a la mejora en los canales logísticos y en la infraestructura de almacenamiento, el jengibre peruano mantiene niveles de calidad y frescura competitivos en el mercado internacional, donde destaca por su aroma intenso, color dorado y textura fibrosa.
Un cultivo con historia y beneficios
Más allá de su valor comercial, el jengibre tiene un lugar especial en la medicina tradicional y la gastronomía.
Desde hace siglos, se usa como antiinflamatorio natural, digestivo y estimulante del sistema inmunológico. Sus compuestos activos, como el gingerol y el shogaol, poseen propiedades antioxidantes y antibacterianas comprobadas.
En la cocina peruana, el jengibre -conocido también como "kión"- es ingrediente esencial en platos criollos, jugos y bebidas medicinales, y hoy gana terreno en la industria alimentaria y cosmética.
Además, forma parte de la tendencia global hacia los superalimentos andinos, junto a la cúrcuma, la maca y la quinua.
El auge de este cultivo ha dinamizado economías rurales y generado empleo femenino en la selección y empaque. Según datos del Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego (Midagri), más del 90 % del jengibre peruano proviene de pequeños productores, lo que refuerza su rol como motor de inclusión social y desarrollo sostenible.
Los retos actuales se centran en mantener la calidad orgánica, diversificar destinos y fortalecer la certificación fitosanitaria, frente a normativas cada vez más exigentes en Europa y Norteamérica.
También se impulsa la tecnificación del cultivo y la investigación sobre nuevos derivados, como extractos y suplementos, que incrementan el valor agregado del producto.
El jengibre ya no es solo una raíz exótica: es símbolo de la agroindustria verde peruana, un puente entre el conocimiento ancestral y la innovación sostenible.