Chile

Alerta silenciosa: la mosquita blanca se expande y pone en jaque a cultivos frutales de América Latina

Pequeña, persistente y peligrosa. ¿Cómo una plaga tan diminuta logra causar millonarias pérdidas y resistir a múltiples controles?

Su tamaño no supera los dos milímetros, pero su impacto es devastador. La mosquita blanca (Bemisia tabaci) se consolida como una de las plagas más persistentes y dañinas para los cultivos frutales en América Latina, generando alarma entre productores y técnicos agrícolas por su capacidad de reproducción acelerada, resistencia a insecticidas y transmisión de virus.

Esta diminuta plaga afecta una gran variedad de frutas tropicales y subtropicales, como papaya, melón, tomate, pimiento, cítricos y uva, y se adapta fácilmente a distintas condiciones climáticas. Su ciclo de vida rápido y su comportamiento colonizador en el envés de las hojas dificultan su detección temprana y permiten que las poblaciones crezcan de manera explosiva si no se controlan a tiempo.

Además del daño directo por succión de savia, la mosquita blanca excreta una sustancia azucarada conocida como melaza, que favorece el desarrollo de hongos como la fumagina, afectando la fotosíntesis y depreciando la calidad del fruto. Pero su mayor amenaza es la transmisión de fitovirus que pueden generar deformaciones, amarillamiento y caída prematura de frutos, con consecuencias severas en el rendimiento.

La expansión de la mosquita blanca está asociada al cambio climático, el monocultivo intensivo y el uso indiscriminado de insecticidas, que ha favorecido la selección de poblaciones resistentes. Expertos en sanidad vegetal advierten que ya no se trata solo de una plaga esporádica, sino de un problema estructural que exige manejo integrado, monitoreo constante y nuevas estrategias de control biológico y cultural.

Entre las medidas recomendadas se destacan:

  • Rotación de cultivos y control de malezas que pueden servir de hospedero alternativo.

  • Uso de enemigos naturales como parasitoides del género Encarsia.

  • Aplicación selectiva de insecticidas, respetando los umbrales de acción y evitando productos de amplio espectro que eliminen fauna benéfica.

  • Barreras físicas y trampas cromáticas para monitoreo y captura.

El problema no es exclusivo de un país: Brasil, Colombia, México, Perú y República Dominicana reportan brotes severos, con pérdidas que en algunos casos superan el 30% de la producción. En zonas tropicales con alta humedad y temperaturas elevadas, la presión de la plaga se intensifica, obligando a adelantar cosechas o incluso abandonar lotes.

Frente a este panorama, la articulación regional entre institutos fitosanitarios, universidades y productores será clave para contener su avance. La innovación en bioinsumos, genética vegetal y tecnologías de monitoreo podrían marcar la diferencia en los próximos años.


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