Veinticinco meses sin alivio: la prolongada sequía pone al campo del norte de México al límite
Desde hace más de dos años, el norte de México enfrenta una de las sequías más duraderas de su historia. El campo -especialmente comunidades agrícolas y ganaderas- resiste en condiciones críticas, mientras se alza el debate: ¿prioridad al campo o al agua urbana?
El norte de México vive una de las sequías más prolongadas y severas de su historia reciente. Con más de 25 meses consecutivos sin precipitaciones significativas, la región -que incluye Chihuahua, Sonora y otros estados fronterizos- enfrenta una emergencia que golpea al campo y la economía rural.
En el Valle de Juárez y la Sierra Tarahumara, se repiten escenas desoladoras: ganado muerto por falta de pasto y agua, familias caminando kilómetros para conseguir lo indispensable y cultivos definitivos ante la ausencia de humedad. La falta de lluvias ha vaciado presas y brotes naturales, limitando severamente raciones para consumo doméstico.
La agricultura, arraigada en el cultivo de maíz y frijol, está en jaque. La tierra, reseca y compacta, casi no rinde, y los productores advierten que las siembras comienzan a ser insostenibles sin un cambio climático que reactive las lluvias. La palabra que resuena entre campesinos es "resiliencia", aunque muchos aún no ven cómo enfrentar la situación.
Esta sequía no tiene precedentes recientes. El coordinador del Centro de Ciencias Atmosféricas de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez explica que, al superar los dos años sin lluvias, el suelo pierde humedad hasta en las raíces, los acuíferos no se reponen y las tolvaneras -polvos en suspensión- se vuelven frecuentes, reduciendo productividad y afectando la salud.
El impacto cultural y social también es profundo. Las familias rurales han reducido actividades agrícolas al mínimo; se prioriza el consumo humano frente al animal y se abandonan granjas u hortalizas. En zonas ganaderas, se estima que se ha vendido o perdido más de un 25% del hato, lo que repercute en todas las etapas de la cadena productiva.
La crisis alcanza incluso acuerdos internacionales. El Tratado de Aguas con Estados Unidos, vigente desde 1944, está en tensión, ya que México argumenta que entrega "hasta donde puede" debido a la escasez en sus presas. La lógica de priorizar ciudades o el campo se ha convertido en un debate urgente y necesario.
Los expertos climáticos anticipan que la crisis continúa agravándose. El clima se encamina a un escenario más cálido, donde las sequías extremas serán la norma. Frente a esta realidad, se impone un dilema: ¿debemos priorizar el uso del agua para consumo urbano o sostener la producción agropecuaria en regiones históricamente secas?
Las consecuencias del abandono del campo pueden ser irreversibles: pérdida masiva de biodiversidad, degradación del ecosistema, éxodo rural y cierre de ciclos productivos locales. Una nueva crisis alimentaria podría gestarse si la tendencia persiste.
El campo necesita soluciones estructurales, no paliativos coyunturales. Iniciativas como recuperación de acuíferos, siembra de cultivos resistentes, sistemas de riego eficientes, gestión interinstitucional y estudio serio de reordenamiento territorial son urgentes. Pero más aún lo es el compromiso de largo plazo.
El norte de México reclama atención inmediata. Lo que suceda en los próximos meses definirá si esta sequía se convierte en un quiebre para la región o en un punto de inflexión que catalice una nueva política hídrica y agraria, capaz de equilibrar las necesidades de campo y ciudad frente a la crisis climática.