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Agroexportaciones y guerra comercial: el boom sojero que preocupa a la Argentina

El conflicto entre Estados Unidos y China disparó las ventas de poroto de soja argentino, pero dejó a la industria de crushing con alta capacidad ociosa y en alerta por la pérdida de valor agregado.

El impacto de la guerra comercial entre Estados Unidos y China volvió a poner a la Argentina en el centro de la escena del comercio agrícola mundial. Mientras el gigante asiático busca alternativas al poroto norteamericano, nuestro país se benefició con un aumento notable de exportaciones de soja sin procesar. Sin embargo, detrás del récord en los números se esconde una paradoja que preocupa a toda la cadena agroindustrial: el auge de ventas externas no se traduce en mayor desarrollo local, sino en fábricas paradas, menor generación de empleo y pérdida de competitividad en mercados clave.

Según datos oficiales, las exportaciones de poroto de soja de la campaña 2024/25 alcanzaron 8,81 millones de toneladas, el nivel más alto en seis años. Este crecimiento se explica por la fuerte demanda de China, que redirigió compras hacia Sudamérica en reemplazo de Estados Unidos. Con casi un tercio de la cosecha aún sin vender, los exportadores confían en que la cifra final duplique las 4,7 millones de toneladas de la temporada pasada. Pero la pregunta central es: ¿hasta qué punto esta tendencia beneficia al país y cuál es el costo oculto detrás del boom?

El problema radica en que China importa el poroto para industrializarlo en sus propios complejos, lo que significa que gran parte de la materia prima sale del país sin pasar por el sistema de crushing argentino, históricamente uno de los más desarrollados del mundo. Las plantas que producen harina y aceite de soja para exportación -nuestros productos de mayor valor agregado- hoy enfrentan un serio problema de abastecimiento. De acuerdo con la Cámara de la Industria Aceitera (CIARA-CEC), en julio la capacidad ociosa llegó al 31% y desde entonces se ha profundizado.

"Como industria oleaginosa estamos preocupados. Esto implica menos empleo argentino y menor valor de exportación", advirtió Gustavo Idígoras, presidente de CIARA-CEC. En su visión, lejos de ser una oportunidad, el conflicto comercial global está generando más perjuicios que beneficios para el país.

A este escenario se suma otro frente complejo: el excedente de soja estadounidense que no entra en China se vuelca como harina y aceite en el sudeste asiático, compitiendo directamente con la producción argentina. Durante décadas, nuestro país fue líder en el suministro de harina de soja a esa región, pero hoy enfrenta una competencia más agresiva de parte de Estados Unidos, que compensa con industrialización lo que pierde en el mercado chino de porotos. En otras palabras, Argentina gana en volumen de exportaciones, pero pierde en el terreno de mayor rentabilidad y diferenciación.

El trasfondo político internacional marca la incertidumbre. En noviembre vence la tregua comercial que permitió cierto flujo de negocios entre Estados Unidos y China, y todo el sector aguarda definiciones. Como reconoció Idígoras, "el futuro de nuestras exportaciones de soja dependerá de lo que ocurra en esa negociación". El riesgo es claro: si los dos gigantes alcanzan un nuevo acuerdo, China podría reducir compras en Sudamérica, dejando a Argentina con un mercado en retroceso y a sus plantas de crushing aún más debilitadas.

Este dilema se suma a los problemas internos. La brecha cambiaria, las retenciones, la falta de infraestructura logística y la escasa previsibilidad de políticas públicas limitan la competitividad del agro argentino. Mientras Brasil aprovecha su escala productiva y Uruguay consolida su posicionamiento en carne y lácteos, Argentina parece atrapada en un modelo de sojización con bajo agregado de valor, dependiente de factores externos y vulnerable a los vaivenes del comercio internacional.

La paradoja actual muestra que ser "el granero del mundo" no alcanza si no se logra transformar esa producción en empleo, innovación y desarrollo. El boom exportador es real, pero corre el riesgo de convertirse en una trampa de corto plazo si el país no define una estrategia clara para defender su industria, diversificar mercados y posicionarse con mayor firmeza en la cadena global de alimentos. La oportunidad existe, pero para capitalizarla hace falta algo más que vender porotos: se requiere visión de largo plazo, reglas de juego estables y una política que apueste al valor agregado argentino como motor del crecimiento.

Agrolatam.com
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