Venezuela

Cambures en Monagas: la diversidad frutal que sorprende al agro venezolano

En Monagas, la producción de cambures se renueva con una gama de variedades que despiertan el interés del sector agrícola y comercial.

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La expansión de cultivos de cambures en el estado Monagas no solo fortalece la actividad agrícola local, sino que también contribuye a la seguridad alimentaria y a la generación de ingresos en zonas rurales. Con una variedad de tipos de cambures cultivados y el uso progresivo de buenas prácticas, este fruto empieza a posicionarse como un eslabón importante en la cadena agroalimentaria venezolana.

Pequeños agricultores, como Elio Orence y Luis Miguel Betanco, cultivan diferentes tipos de cambur en parcelas del municipio Aguasay. Este esfuerzo convive con otras producciones como yuca, cacao o merey, en sistemas mixtos que aprovechan el potencial agrícola de la región. Aunque enfrentan limitaciones en infraestructura y logística, su experiencia marca un punto de partida hacia una tecnificación mínima y una producción más orientada a la calidad.

El cambur, similar al banano dulce, es una fruta tropical de alto consumo interno, pero también con posibilidades de inserción en mercados regionales y nichos especializados. En Monagas, su cultivo muestra un abanico genético interesante y adaptable a la variabilidad climática. Con prácticas adecuadas de fertilización, selección de semillas y manejo de suelos, los productores comienzan a obtener rendimientos más estables y productos con mejor presentación.

El potencial de mejora reside en introducir técnicas sencillas pero efectivas: riego tecnificado, rotación de cultivos, control biológico de plagas y uso de bioinsumos. Esta evolución permitiría reducir la huella ambiental del cultivo, promover su trazabilidad y proyectar líneas de productos con valor agregado, como cambures deshidratados o transformados en harina o snacks, en mercados internos o incluso para exportación.

Monagas ya tiene experiencia en el cultivo intensivo del plátano hartón, con rendimientos de hasta 50 toneladas por hectárea. Ese conocimiento puede aprovecharse para mejorar también los procesos asociados al cambur. Sin embargo, para consolidar este avance se requiere mayor inversión en infraestructura vial y de postcosecha, articulación con centros de acopio y desarrollo de políticas públicas que promuevan la asociatividad entre productores.

El mercado internacional exige cumplimiento de normativas fitosanitarias, certificaciones de sostenibilidad y procesos de trazabilidad. Si los pequeños agricultores logran superar esas barreras no arancelarias, el cambur de Monagas podría encontrar su lugar en nuevas cadenas de valor agroalimentarias, donde se valore su origen, su producción responsable y su aporte a la diversidad agrícola.

La historia de estos productores refleja una tendencia más amplia en América Latina: el redescubrimiento de cultivos tradicionales con potencial comercial, sostenidos por innovación a escala local, resiliencia productiva y visión comunitaria. Monagas, a través del cambur, demuestra que aún en contextos adversos es posible revalorizar la agricultura como motor de desarrollo rural. 

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