Opinion

Carne Vacuna: Mientras Uruguay aumenta un 34% sus exportaciones, Argentina cae un 30%

El fracaso en la conducción de la política exportadora de carne vacuna dejó a Argentina fuera del crecimiento global.

Matías Cosenza
Periodista Agrolatam

En un año marcado por la retracción de las exportaciones de carne vacuna, el mercado interno se convirtió en el verdadero protagonista. El repliegue de la demanda china, principal destino de nuestras colocaciones externas, dejó a la producción local -que se mantiene estable en torno a las 993 mil toneladas entre enero y abril- con un 26% menos de envíos al exterior. Esa diferencia, lejos de quedar ociosa, fue absorbida por el consumidor argentino, que incorporó un 13% más de carne en ese mismo lapso: unas 761 mil toneladas, según los datos del Rosgan.

El dato más llamativo es que, a pesar de esta mayor oferta interna, los precios al mostrador no solo no bajaron sino que aumentaron por encima de la inflación: un 27,5% en cuatro meses, contra un IPC del 11,6%. El interrogante es claro: ¿qué sostiene esta firmeza del precio en un contexto donde la lógica de la oferta y la demanda parecería indicar lo contrario? La respuesta está en el bolsillo del consumidor. Aunque el avance real de los salarios puede discutirse, lo cierto es que hubo una mejora relativa en la capacidad de compra, que empujó el consumo hacia arriba. La Ciccra señala que en mayo el consumo per cápita anualizado alcanzó los 49,5 kilos, una leve pero significativa suba interanual del 0,5%.

El problema de fondo, sin embargo, va mucho más allá del termómetro del mostrador. La baja competitividad externa, afectada por un tipo de cambio rezagado respecto de la inflación, pone en jaque la sustentabilidad exportadora del sector. La relación entre el dólar oficial y la inflación interna es desfavorable: mientras el primero subió un 26% en 12 meses, los precios crecieron un 44%. Y si se observan los dólares alternativos, el panorama es incluso más crítico: el MEP apenas avanzó un 4%, y el blue cayó un 3%. Esta apreciación del peso se traduce en un encarecimiento de todos los costos internos.

El listado es largo y conocido: costo laboral y previsional, tarifas de energía, transporte, logística, y un sistema financiero que opera con tasas reales positivas. Si a esto se le suman las retenciones del 6,75% para la mayoría de los cortes exportables (excepto vaca), se entiende por qué los exportadores locales pierden terreno frente a competidores como Brasil o Uruguay. El Rosgan calcula que, en un año, el tipo de cambio para productos derivados de vaca aumentó un 32%, y solo un 25% para el resto de las categorías, en ambos casos por debajo de la inflación.

Este indicador de la competitividad ubica a la paridad cambiaria en términos reales muy cerca de los niveles de noviembre de 2023 (ROSGAN)

Es cierto que la estabilidad cambiaria aporta previsibilidad, pero si esa estabilidad implica atraso cambiario, los resultados son discutibles. El Índice de Tipo de Cambio Real Multilateral (ITCRM) del BCRA -que mide la competitividad frente a los principales socios comerciales- se devaluó más de un 10% en el último año, llevándonos a niveles similares a los de noviembre de 2023, antes del salto devaluatorio de diciembre.

A nivel internacional, la caída del dólar frente a otras monedas y la apreciación del real podrían jugar a favor, pero eso no alcanza. El problema es estructural. Si el tipo de cambio no acompaña, si los costos internos siguen escalando y si la presión tributaria no se alivia, cualquier esfuerzo exportador será fútil. El sector necesita una señal clara, una política que comprenda que sin competitividad no hay exportación posible, y sin exportación, el mercado interno tarde o temprano también lo sentirá.