El dilema genético: el avance de la tecnología que la ley aún no sabe cómo regular
La edición genética promete revolucionar la agricultura, pero su desarrollo choca con un vacío legal global. En Brasil ya preparan una propuesta para aggiornar una norma que quedó en el siglo pasado. ¿Cómo garantizar derechos si no se puede detectar la modificación?
Una tecnología que avanza más rápido que las leyes
Mientras la edición genética promete transformar la agricultura mundial, su desarrollo enfrenta un obstáculo clave: la falta de marcos legales que protejan la propiedad intelectual de las semillas obtenidas por esta vía. Aunque técnicamente más precisa y menos invasiva que los transgénicos, su principal desafío es legal: ¿cómo cobrar regalías por algo que no se puede detectar con facilidad?
En Brasil, uno de los líderes regionales en producción agropecuaria y biotecnología, organizaciones de la industria de semillas y del agro están trabajando junto al Instituto Pensar Agro en una propuesta para reformar la Ley de Protección de Obtenciones Vegetales, vigente desde 1997. El texto buscaría extender los plazos de las licencias y, sobre todo, incluir la edición genética entre las tecnologías protegidas, algo que hoy no contempla la norma.
"La edición genética debe estar bien regulada para garantizar la captura de valor mediante el desarrollo tecnológico", afirmó Paulo Pinto, presidente de la Asociación Brasileña de Semillas y Plántulas (Abrasem). Según adelantaron, el proyecto será presentado en los próximos meses ante la Cámara de Diputados, a través del Frente Parlamentario del Agronegocio.
¿Cómo se cobra una tecnología que no deja huella?
Uno de los mayores desafíos para el nuevo marco legal está en la naturaleza invisible de la edición genética. A diferencia de las semillas transgénicas, donde se puede detectar fácilmente la presencia de genes foráneos mediante pruebas de laboratorio, en la edición genética los cambios se parecen -y a veces son idénticos- a una mutación natural.
"Si no digo dónde hice la edición, es imposible saber si fue por CRISPR o por una mutación espontánea", explica Alexandre Nepomuceno, director general de Embrapa Soja. "Y si no se puede distinguir entre lo natural y lo artificial, tampoco se puede cobrar regalías", añade.
Hoy, la técnica más utilizada es CRISPR, que permite cortar con precisión puntos del ADN para desactivar funciones específicas sin necesidad de introducir material genético de otra especie. El resultado es casi indistinguible de lo que podría haber ocurrido por azar evolutivo.
Aun así, el sector busca un esquema legal que permita reconocer el desarrollo y aplicar algún tipo de compensación. Tal como ocurre hoy con la soja transgénica en Brasil, los productores pueden "guardar" semillas, pero deben informar previamente a la empresa desarrolladora si utilizarán su tecnología en el siguiente ciclo. Si no lo hacen, se les aplica una penalidad del 7,5% del valor de la producción al momento de la entrega del grano.
"El punto clave del nuevo proyecto es el pago de regalías por el germoplasma editado genéticamente", sostiene Osli Barreto Júnior, director ejecutivo de Abrass. Según él, el modelo sería similar al de los OGM: el productor podrá reutilizar la semilla, pero deberá abonar por el uso de la tecnología, aunque esta no pueda ser detectada con pruebas tradicionales.