Honduras impulsa ganadería sostenible con apoyo de pequeños productores
Más de 90.000 agricultores incorporan prácticas regenerativas que mejoran ingresos, reducen emisiones y fortalecen comunidades rurales.
En Honduras, la ganadería familiar está atravesando un proceso de transformación silenciosa que podría marcar el rumbo del sector en toda América Latina. Con el impulso de programas de capacitación y la adopción de técnicas regenerativas, más de 90.000 pequeños productores han comenzado a aplicar prácticas que no solo mejoran la productividad, sino que también ayudan a enfrentar los efectos del cambio climático.
La estrategia apunta a combinar bienestar animal, cuidado ambiental y rentabilidad económica, pilares que resultan urgentes en un país donde la producción pecuaria es fundamental para la alimentación y el empleo rural, pero al mismo tiempo enfrenta riesgos crecientes por sequías, inundaciones y cambios bruscos de temperatura.
Entre las prácticas más difundidas figuran el manejo mejorado de pasturas, la regeneración natural de especies nativas, la instalación de cercas vivas y el uso de biodigestores para generar energía renovable a partir de desechos orgánicos. Estas innovaciones han permitido reducir la huella de carbono en más de un tercio en las fincas participantes y reforestar más de 2.200 hectáreas de tierras degradadas, lo que aporta beneficios ambientales visibles en las comunidades.
En el departamento de Olancho, la mayor zona ganadera del país, 4.200 productores siguen el ejemplo de fincas demostrativas que funcionan como centros de aprendizaje. Allí los agricultores observan en campo cómo aplicar mejoras en la nutrición del ganado, la salud animal y el uso eficiente de los recursos. El resultado es una producción más eficiente, con menores costos y mayores ingresos. "Estas prácticas están generando cambios directos en la vida de las familias campesinas", destacan supervisores locales vinculados al programa.
Uno de los avances más relevantes ha sido la formación de técnicos para-veterinarios comunitarios: más de 480 jóvenes y mujeres se capacitaron para brindar servicios de salud animal, nutrición y reproducción en sus propias comunidades. Este enfoque no solo amplía la cobertura de asistencia en zonas rurales donde el acceso a veterinarios es limitado, sino que también abre oportunidades de empleo para nuevas generaciones que antes solían migrar a las ciudades.
Los beneficios trascienden lo económico. En regiones donde el deterioro ambiental y la pérdida de suelos amenazaban la viabilidad de la ganadería, la regeneración de pasturas y la reforestación contribuyen a recuperar ecosistemas. La instalación de biodigestores, además de reducir emisiones, provee energía limpia a los hogares rurales, disminuyendo la dependencia de leña o combustibles fósiles.
A largo plazo, los objetivos son ambiciosos: alcanzar a 140.000 familias hondureñas hacia 2030, consolidar un modelo de ganadería sostenible y generar un mercado interno más competitivo que pueda también proyectarse hacia exportaciones con mayor valor agregado. Para lograrlo, será clave mantener la inversión en infraestructura productiva, procesamiento de leche y carne, infraestructura vial y mecanismos que aseguren acceso a mercados.
La experiencia de Honduras está siendo presentada en estos días en la Conferencia Global sobre Ganadería Sostenible de la FAO en Roma, donde gobiernos, científicos y productores debaten cómo compatibilizar la producción pecuaria con las metas climáticas y de seguridad alimentaria. En ese espacio, el caso hondureño aparece como un ejemplo de cómo los pequeños productores, cuando cuentan con capacitación y acompañamiento, pueden liderar una transformación estructural.
Más allá de las discusiones internacionales, en el terreno hondureño los cambios ya son palpables. Productores que antes enfrentaban baja productividad y altos costos comienzan a ver mejoras en la eficiencia, los suelos muestran signos de recuperación y las familias cuentan con mayores ingresos. La ganadería regenerativa no solo se consolida como alternativa técnica, sino como una estrategia de resiliencia rural que combina tradición y modernidad en un país donde la vida en el campo depende directamente de la salud de sus animales y de la tierra.