Quito protege su agua gota a gota: el fondo que convirtió a los páramos en guardianes del futuro
A 25 años de su creación, el Fondo para la Protección del Agua (Fonag) demuestra que conservar cuesta menos que reparar: una alianza entre empresas, comunidad y naturaleza que ya transformó 70.000 hectáreas, y promete el doble.
A solo 50 minutos de la capital ecuatoriana, en la comunidad andina de San Francisco de Cruz Loma, Diego Cajamarca y otras 30 familias cambiaron la ganadería y agricultura por el ecoturismo. Lo hicieron como parte de un acuerdo con el Fondo para la Protección del Agua (Fonag), una alianza pionera que desde hace 25 años invierte en la conservación de los ecosistemas que abastecen de agua a Quito.
El Fonag no solo fue el primero de su tipo en el mundo, sino que también creó una fórmula efectiva: el 70% de sus recursos se capitaliza y el 30% se destina a proyectos de conservación directa. Esto ha permitido financiar acciones concretas como la restauración de 17.800 hectáreas, la instalación de 143 estaciones meteorológicas, la firma de 97 acuerdos de conservación y el manejo activo de 21.000 hectáreas como reservas hídricas, con una meta clara: alcanzar 140.000 hectáreas protegidas.
La clave está en entender que el agua nace en el bosque. Allí, en los páramos y las laderas del Rucu Pichincha, se forman los ríos y quebradas que abastecen a la capital. Y conservar esos entornos no solo beneficia al ambiente, sino también a la economía. Un análisis del Fonag en la cuenca de El Cinto reveló que por cada dólar invertido en conservación, se recuperan 2,15 dólares, al evitar costos futuros de infraestructura hídrica.
El fondo nació en el año 2000 con seis fundadores: la Empresa Eléctrica Quito, Tesalia-Pepsico, Cervecería Nacional, Camaren, The Nature Conservancy (TNC) y la empresa de agua de Quito (Epmaps), que destina el 2% de la tarifa del servicio al fondo. Gracias a esta fórmula, el rendimiento pasó de 50.000 dólares en 2003 a 2,5 millones en 2024.
Pero lo más potente del Fonag no son solo los números. En San Francisco de Cruz Loma, por ejemplo, construyeron tanques de potabilización, redes de tuberías y una junta comunitaria de agua, asegurando también el acceso hídrico para quienes antes dependían de mangueras en canales abiertos. Incluso se enfrentan a desafíos nuevos, como el abandono de perros ferales que amenazan a especies silvestres como el oso andino, que ha vuelto a merodear la zona gracias a la recuperación del ecosistema.
El modelo también pone énfasis en la educación ambiental, la gestión de viveros y la creación de empleos sostenibles. Cajamarca cuenta cómo ahora reciben a los visitantes con cabalgatas, gastronomía local y un relato que une el paisaje con el grifo: "Ese verde que ves allá arriba es el que permite que tú abajo te bañes y vivas sano".
La visión es a largo plazo. Según Bert de Bièvre, secretario técnico del Fonag, la restauración de suelos permitirá aumentar los caudales mínimos durante las épocas de lluvia, una tarea que tomará décadas, pero que es fundamental ante los desafíos del cambio climático.
Hoy, el modelo de Quito se ha replicado 32 veces en América Latina y el Caribe, y solo en 2023, este tipo de iniciativas movilizaron 389 millones de dólares, más del doble que hace cinco años. Una señal clara de que la naturaleza, bien cuidada, también rinde cuentas positivas.
"No es coherente pedirle a una comunidad que proteja el agua si ellos no tienen acceso a ella", concluye de Bièvre. Esa es la lógica de este fondo: inversión, restauración y equidad, en un sistema donde todos beben del mismo cauce.