El silencioso desgaste del suelo argentino: faltan nutrientes clave y se compromete el rinde
La falta de reposición de nutrientes esenciales en los suelos está afectando el rinde y la sustentabilidad del agro argentino.
En la Argentina se pierden anualmente 612.000 toneladas de nitrógeno, un insumo vital para el desarrollo de los cultivos. A esta alarmante cifra se le suman 106.000 toneladas de fósforo y 58.000 toneladas de azufre, resultado de una práctica agrícola que no devuelve al suelo lo que le extrae. Así lo advirtió Ismail Cakmak, referente mundial en nutrición vegetal, durante una disertación organizada por Fertilizar y la Facultad de Agronomía de la UBA.
Según Cakmak, esta degradación edáfica avanza de forma silenciosa, ya que la mayoría de los productores no realiza análisis de suelo ni ajusta la fertilización en función de las necesidades reales del lote. En el caso de la soja, por ejemplo, apenas se repone el 10% del nitrógeno, el 48% del fósforo y el 28% del azufre que se consume. "La insuficiente nutrición mineral genera cultivos débiles y con poca tolerancia al estrés ambiental, principalmente a eventos de sequía con altas temperaturas", remarcó el especialista.
En un contexto marcado por el cambio climático, donde las temperaturas extremas y la escasez hídrica son cada vez más frecuentes, la nutrición del suelo se vuelve un factor decisivo para la resiliencia productiva. Cakmak explicó que los nutrientes minerales no solo alimentan el crecimiento, sino que también fortalecen los mecanismos de defensa fisiológica de las plantas. Por ejemplo, el azufre permite la síntesis de cisteína, un compuesto esencial para la producción de la hormona del estrés que cierra los estomas y reduce la pérdida de agua en situaciones críticas.
El potasio, por su parte, es determinante para el desarrollo del tallo y la translocación de asimilados hacia el grano, especialmente bajo condiciones adversas. En suelos deficitarios de potasio, los tallos se debilitan y el riesgo de vuelco aumenta significativamente. Otro elemento subestimado es el zinc, cuyo déficit reduce la formación de granos, activa menos enzimas y compromete la respuesta de la planta frente al calor extremo. En el caso del maíz, la falta de zinc se traduce en mazorcas con partes sin granos, una pérdida directa de rinde.
El fósforo, además de ser clave para el desarrollo radicular, cumple una función central en la fijación simbiótica del nitrógeno en la soja. Cakmak destacó que sin fósforo, los nódulos que permiten la captación del nitrógeno atmosférico no se desarrollan adecuadamente, lo que profundiza aún más la dependencia del suelo para este nutriente. El azufre, al igual que el fósforo, también incide en la eficiencia del uso del nitrógeno: en suelos pobres en azufre, las hojas amarillean aunque se haya fertilizado correctamente.
En su presentación, Cakmak también abordó el rol del boro, un micronutriente clave para el desarrollo de raíces y la formación de frutos, que es frecuentemente ignorado en los esquemas de fertilización actuales. El boro no se moviliza dentro de la planta, por lo que debe ser aplicado cerca del sistema radicular; de lo contrario, no llega a las nuevas hojas ni a los órganos de fructificación.
A pesar del creciente interés por los productos biológicos, el investigador fue claro al señalar que "los biofertilizantes pueden complementar, pero no reemplazar la fertilización mineral". Explicó que estos productos pueden movilizar o solubilizar nutrientes, pero no aportan las cantidades necesarias para cubrir los requerimientos del cultivo. Una hoja de 100 gramos, ejemplificó, puede necesitar hasta 3 gramos de potasio y 5 de azufre: volúmenes que los bioinsumos no alcanzan a proporcionar.
En este escenario, la fertilización estratégica y balanceada aparece como una herramienta clave no solo para mantener los rindes, sino también para prolongar la vida útil del suelo argentino como recurso productivo. Además, Cakmak propuso una línea de trabajo innovadora: la biofortificación agronómica, es decir, producir granos enriquecidos en zinc u otros micronutrientes para abastecer mercados internacionales con alta demanda nutricional. Esta estrategia, además de generar un diferencial de valor, contribuiría a combatir el fenómeno de la "hambre oculta", que afecta a más de 3.200 millones de personas en el mundo por carencia de minerales esenciales en la dieta.
Mientras los desafíos crecen, el experto hizo un llamado a reconsiderar el manejo del suelo en la Argentina desde una mirada integral, que combine diagnóstico, tecnificación, buenas prácticas agrícolas y políticas públicas que incentiven el cuidado del recurso más estratégico que tiene el campo: su fertilidad.