¿Una solución que no soluciona? El debate por la labranza vuelve al centro del agro
Una investigación científica en lotes con más de 20 años de siembra directa revela que la labranza ocasional no reduce la presión de malezas. AAPRESID retoma el debate con evidencia concreta y pone en jaque una práctica que vuelve a ganar terreno en los planteos agrícolas extensivos.
La siembra directa, una de las principales buenas prácticas agrícolas (BPA) adoptadas en el país desde los años 90, enfrenta un nuevo capítulo de debate: ¿vale la pena interrumpirla ocasionalmente con labranza para controlar malezas resistentes? Para la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (AAPRESID), la respuesta es clara: no.
En una reciente presentación, la entidad técnica utilizó los resultados de un estudio conjunto realizado por investigadores de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) y la Universidad de Clemson (Estados Unidos), que evaluó el impacto de realizar una pasada de rastra en lotes con más de 20 años de siembra directa ininterrumpida.
Con el objetivo de comprobar si la remoción ocasional del suelo podía reducir la carga de malezas en sistemas consolidados de directa, los investigadores trabajaron en un lote ubicado en Carlos Casares (Buenos Aires). Allí aplicaron una pasada de rastra y analizaron la respuesta del banco de semillas presente en distintos niveles del perfil edáfico.
El hallazgo fue contundente: la labranza no disminuyó ni la riqueza ni la abundancia de malezas. Simplemente las redistribuyó verticalmente, trasladando parte del banco de semillas desde la superficie a capas más profundas. Sin embargo, especies problemáticas como Amaranthus hybridus, Echinochloa sp. o Eleusine indica continuaron emergiendo con igual intensidad.
"En otras palabras, cambiar el sistema no cambió el problema", resume AAPRESID en su comunicado, cuestionando la idea creciente en el agro de que la labranza ocasional puede "resetear" la problemática de malezas.
La investigación destacó un patrón constante: tanto en el manejo con directa como con labranza, la mayor parte de las semillas de malezas se concentró en los primeros 5 centímetros del suelo. Esto confirma que la remoción mecánica no impide la emergencia de especies resistentes, sino que puede incluso contribuir a su dispersión dentro del perfil.
Las especies más difíciles de erradicar no mostraron diferencias significativas en su comportamiento frente a los distintos tratamientos, lo que pone en duda la eficacia de la labranza como estrategia de control y reaviva la necesidad de enfoques más integrales basados en manejo integrado de malezas (MIM).
El mensaje de AAPRESID es categórico: "Las malezas no se desactivan con un pase de disco". Para la entidad, seguir apostando por la tecnificación y el uso combinado de herramientas químicas, culturales y genéticas es el camino más sostenible.
La advertencia de AAPRESID no es menor. En los últimos años, ante los desafíos crecientes de resistencia a herbicidas, la falta de rotación de cultivos y la compactación de suelos, algunos técnicos y productores han comenzado a reintroducir prácticas de labranza en forma esporádica. El estudio pone un freno a esa tendencia, al menos en términos del control de malezas, y refuerza la idea de que no existen soluciones simples para problemas complejos.
El documento también sirve como llamado de atención para pensar de forma sistémica y a largo plazo, con monitoreo permanente, rotaciones adecuadas, cobertura permanente del suelo y un enfoque sustentable que priorice la salud del agroecosistema.