Opinion

Los dilemas de la pandemia

A medida que la pandemia se extiende y la cuarentena se prolonga, surgen interrogantes que -al menos, de momento- carecen de respuesta.

25 Mar 2020

 Pero no son dudas existenciales ni preguntas acerca del sexo de los ángeles. Se refieren a cuestiones concretas y a fenómenos inéditos, nacidos como consecuencia de un virus que hace temblar al mundo. Al mismo tiempo, le quitan el sueño tanto a los funcionarios del gobierno nacional como a todo aquel que tenga responsabilidades ejecutivas a nivel provincial y municipal. No son -ni muchos menos- dudas planteadas con base en principios ideológicos. En esto nada tiene que ver la visión del mundo que cada uno defienda; o las observancias de carácter doctrinario que, en mayor o menor medida, llevamos a cuestas.

Por de pronto está la cuestión de hasta dónde determinadas franjas de la so- ciedad argentina podrán aguantar la cuarentena sin violarla. Entre los sectores con menos recursos, en las villas de emergencia y las barriadas más pobres del país, la idea de per- manecer encerradas familias enteras en domicilios diminutos y precarios por espacio de semanas, es algo que no se necesita ser un experto para darse cuenta de que resulta de muy difícil cumplimiento. La tentación o disposición de saltar la valla y salir a la calle tenderá a incrementarse conforme la política instrumentada por la administración actual se acentúe. 

Dicho de otra manera, los problemas de hacinamiento -por un lado- y de falta de recursos -por el otro- son tanto más tolerables cuanto menor sea la cantidad de días de encierro. Pero como todo hace prever que el primer límite -fijado para finales del mes en curso- será corrido y deberemos estar a cubierto de la pandemia dentro de nues- tras casas hasta después de Semana Santa, imaginar que todos aquellos que forman parte de la economía informal -para poner un ejemplo- respetarán religiosamente la orden gubernamental, es asunto debatible. Que esa indisciplina -para definirla sin pretensiones académicas- no es patrimonio de los argentinos, ha quedado transparentado en la reacción de no pocos franceses luego de que el gobierno galo recomendara el aislamiento. Salieron despedidos hacia los lugares de veraneo como aquí los que marcharon con rumbo a la costa y ahora no están autorizados a regresar.

 La dificultad mayor no estriba, con todo, en la actitud de las clases medio-altas y altas. Por irresponsables que hayan sido los 30.000 compatriotas que decidieron ignorar la recomendación presidencial del 13 de marzo y viajar al exterior, lo que asusta es cuanto puede pasar en el Gran Rosario y -por supuesto- en los departamentos más pobres de la provincia de Buenos Aires. 

La demostración más cabal de esa preocupación se puso de manifiesto en la reunión que el lunes congregó, en la Quinta de Olivos, al presidente con algunos de los intendentes más importantes del primer y del segundo cordón del gran Buenos Aires, incluido -aun cuando su situación sea menos complicada- el representante del lord mayor de la ciudad capital, Diego Santilli. Nadie conoce mejor la constitución sociológica del conurbano bonaerense que los jefes comunales peronistas y macristas, indistintamente. A ninguno de ellos se les escapa que los territorios que administran podrían convertirse en polvorines si al mismo tiempo no recibiesen ayuda económica de la Nación y no se reforzarse, de manera superlativa, el dispositivo de seguridad que ha comenzado a montarse para hacer frente a una emergencia desconocida. 

De distintas provincias bajan pedidos para que se implante el estado de sitio. Con buen criterio, es una medida que -por ahora- Alberto Fernández no está dispuesto a tomar. Aunque el solo hecho de que haya trascendido el reclamo de Gerardo Morales y de Omar Perotti al respecto, y que la semana pasada la mismísima ministro de Seguridad de la Nación -Sabrina Frederic- hiciera al pasar mención del tema, demuestra a las claras que ningún resorte está descartado a priori. El rechazo de ponerlo en práctica es producto, menos de las eventuales comparaciones que pudiesen hacerse con el último régimen militar o de tener a los militares desplegados a lo largo y ancho de una o de varias provincias para mantener el orden que de los efectos que se seguirían en el supuesto de que las fuerzas desplegadas tuviesen que reprimir y no pudiesen hacerlo. 

Una cosa es sacar tropas a la calle con el propósito de devolverle el quicio perdido a una sociedad que hubiera sido asaltada por bandas terroristas o estuviese a merced de los carteles del narcotráfico -para dar dos ejemplos que cualquiera entendería- y otra bien distinta es ponerlas en la situación límite de tener que hacer uso de la fuerza con el propósito de detener a una pueblada cuyo objetivo fuese buscar comida o trabajo. A diez personas se las puede detener, a 100 también. Si son mil. la cosa se complica; y, si estallasen focos en distintos lugares al mismo tiempo, el conflicto podría llegar a topes dramáticos. 

La estrategia de contención que ha obrado el oficialismo con el respaldo uná- nime del arco opositor no ha podido ser más rápido y juicioso. Pero hay una realidad que nos juega en contra: el estado de la Argentina. Si bien los reflejos de Alberto Fernández demostraron ser más rápidos que los del premier italiano y los de Boris Johnson y también que los del presidente español -las pruebas están a la vista- nuestro subdesarrollo es cosa desconocida en Europa. El gobierno argentino ha sido capaz de adelantarse en materia sanitaria, aunque en punto a recursos fiscales disponibles, las arcas están exhaustas y -en consecuencia- no hay más remedio que apelar a la emisión. 

Los estados del mundo desarrollado tienen una ventaja infinita: allí es posible auxiliar a las maltrechas economías reales con incentivos de todo tipo; aquí, en cambio, nos manejamos con aspirinas necesarias -sin duda- pero con efectos colaterales indeseados. Echar mano a la máquina de hacer dinero en un país donde su moneda no es reserva de valor y donde el equilibrio fiscal saltará por los aires, sería suicida en otras circunstancias. En esta parece inevitable, con consecuencias sociales a corto y mediano plazo tremendas. 

 Ha prendido la idea de que cuando la pandemia cese nada será igual. Que el mundo y la economía se desenvolverán de una forma distinta a como venían funcionando y que eso le ofrecerá, a quienes sepan aprovecharlas, ventajas importantes al momento de poner en marcha el aparato productivo tan castigado por la crisis. En materia de pronósticos las fantasías suelen tener mejor acogida que los análisis serios. Sobre todo, si rebosan optimismo. Dejando de lado las tonterías de que la humanidad aprende siempre de las catástrofes -lo cual no es cierto, suponiendo que la humanidad exista- lo único que sabemos es que, más allá de cómo termine la saga de la deuda externa, el país de los argentinos deberá enfrentar una situación más grave que la crisis de l989, que la de 2001 y que la del 2008. Hasta la próxima semana.

Pandemia Y el mundo cambió (extraído del Informe de la semana pasada) • Queda claro que estamos ante la mayor crisis sanitaria y económica de nuestras vidas. • No vamos a extendernos aquí sobre un tema en que sobreabunda información. • Pero sí consideramos conveniente tomar conciencia de la magnitud sin precedentes que alcanzado la actual debacle económica, a nivel mundial, ilustrando el comportamiento del S&P 500 en las principales crisis de los últimos cien años y el del índice CRB de commodities en los últimos 65. • Lo primero que salta a la vista es que: a) en ningún crash previo se destruyó tanto valor de manera tan fulminante, y b) es dramático para productores de materias primas. 

Adicionalmente, no sabemos cuánto tiempo va a durar esta pandemia de SARS-Cov-2 ni conocemos la dimensión y estragos finales que causará.

 • La última semana ha marcado un antes y un después a lo largo y ancho del mundo. 

• Ha emergido un mundo desconocido, en el que naciones enteras se encuentran atemorizadas, tratando de reeducarse y adaptarse a un cambio dramático en sus patrones de vida. 

• Dentro del sombrío panorama económico hay también algún lugar para la ilusión. 

• Si bien esta crisis sobrevino luego de la onda de apalancamiento que siguió a la crisis de 2008, a diferencia de esa oportunidad la economía no debe cargar con el poder destructivo oculto en los instrumentos estructurados de segunda y tercera generación.

 • También en esta ocasión había una burbuja pero que tenía menos sorpresas escondidas. 

• Esto significa que, en la medida que apareciese una solución a la presente crisis sanitaria, la recuperación podría ser relativamente rápida y sostenida. 

• Dentro de la inmensa incertidumbre, lo que sí conocemos es que la Argentina ya venía atravesando una recesión prolongada -tercer año consecutivo- y que tendía -por sí sola y sin mediar crisis internacional- a agravarse (otros consultores preveían, en cambio, una recuperación como resultado de una reestructuración exitosa de la deuda).

 • El PBI cayó 2,5 % en 2018 y estimamos que al menos 2,2 % adicional el año pasado. 

Los números para este año podrían ser peores, pero -dada la incertidumbre del alcance de la pandemia- caen en el terreno de la futurología. 

• El Banco Central ya reconoció que el impacto de la caída de la demanda significará al menos medio punto menos de PBI, una estimación que a priori queda muy corta.

 • Es prácticamente inevitable que sufriremos un verdadero desplome de varios sectores de actividad. 

• Entre los más afectados se encuentran el de gastronomía, esparcimiento (cines, espectáculos artísticos y deportivos, locales bailables) y -por supuesto- turismo. 

• Pero las medidas sanitarias pegan de lleno también en los centros de compra. 

• Asimismo, afectarán a los supermercados, que -pasado el abarrotamiento de estos días- deberán apoyarse más en la venta on line y la distribución domiciliaria, a la vez que perderán ventas a manos de los comercios de cercanía. 

• Por otro lado, ante la caída del comercio internacional, se esperan desabastecimientos de insumos, partes y repuestos importados.

• Junto al colapso del tráfico internacional se han pulverizado los precios de commodities, impactando de lleno en nuestras exportaciones. 

• Todas las decisiones ligadas a inversión de capital, a la construcción, a la compra de vehículos, y al reequipamiento de hogares han quedado suspendidas sin fecha. 

Si la magnitud que tendrá la contracción global es difícilmente calculable -pues dependerá, esencialmente, del alcance y duración de la pandemia- más interrogantes genera en relación a su impacto local y, en particular, en los niveles de desocupación. 

• Buena parte del sector privado quedará rediseñado cuando, Dios mediante, lo peor se haya superado. 

• Es que el cambio temporario de prácticas laborales y de consumo derivará en cambios de hábito y otras modificaciones que se arraigarán con carácter más permanente.

 • Es indudable que cuanto más se prolonguen los cambios derivados de las restricciones sanitarias, más se modificará la forma de trabajar, desapareciendo miles de puestos de trabajo y surgiendo otros nuevos.

 • Está claro que esta suerte de "situación de guerra" lleva a la Casa Rosada a tomar medidas extraordinarias para amortiguar lo inevitable.

 • Y procede también, a cambiar sus prioridades: en este marco, la baja de la inflación será sacrificada. 

Ante el riesgo cierto de un colapso mayor de la economía, con la recaudación en picada y carentes de toda otra fuente de financiamiento, la proyectada disciplina se reconvertirá en un grifo monetario (no hay otra forma de sostener el paquete de asistencia anunciado hoy, que supuestamente representaría hasta 2 % del PBI).

 • El plan de estabilización encargado a D. Heymann deberá esperar al shock inflacionario que dejará la máquina monetaria convertida en puntal del rescate de la economía. 


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