El swap o la soja: cuando la geopolítica llega al campo
¿Podemos venderle soja a China y al mismo tiempo pedirle dólares a Trump? El dilema ya está sobre la mesa.
La soja volvió a ser protagonista, pero no por los rindes ni por los precios en el MATBA-Rofex, sino por un tablero geopolítico que esta vez nos pone en el medio de la pulseada más fuerte del comercio mundial: la de Estados Unidos y China. En las próximas semanas, Javier Milei se reunirá con Donald Trump para avanzar con un acuerdo financiero de 20.000 millones de dólares. Pero desde Washington ya advierten que las ventas de soja argentina a China podrían ponerle un freno a ese apoyo. En otras palabras: parece que habrá que elegir.
Desde hace meses, el gobierno argentino viene buscando oxígeno financiero, y la administración de Trump ofreció una línea de ayuda que -según trascendió- implicaría respaldo del Tesoro estadounidense. Pero los farmers del Medio Oeste no están nada contentos con que ese mismo país al que se quiere rescatar esté vendiendo millones de toneladas de soja al principal rival comercial de Estados Unidos. Reuters calcula unas 2,6 millones de toneladas despachadas desde la Argentina hacia China, justo en plena temporada alta de cosecha norteamericana.
La soja es mucho más que un commodity: es poder político. En Estados Unidos, el poroto es símbolo de estabilidad electoral en los estados agrícolas. Por eso, cuando los productores ven que China compra argentino en vez de estadounidense, no lo toman como una simple decisión de mercado: lo viven como una traición.
El secretario del Tesoro, Scott Bessent, y la secretaria de Agricultura, Brooke Rollins, ya se cruzaron puertas adentro por el tema. Ella calificó de "desafortunado" el acuerdo con Argentina, argumentando que el apoyo financiero a Milei terminó traduciéndose en más ventas de soja al gigante asiático. El senador Chuck Grassley, de Iowa, lo resumió con crudeza: "¿Por qué rescatar a un país que nos roba el mercado?".
Mientras tanto, los bonos argentinos bajan, el dólar blue vuelve a moverse, y la sensación es que el salvataje financiero no está cerrado. En los mercados de Chicago, el precio de la soja se movió al ritmo de los tuits de Trump: cuando prometió que el tema sería central en su reunión con Xi Jinping, el poroto repuntó más de cuatro dólares. La política, otra vez, metiendo la mano en el mercado.
¿Y nosotros qué hacemos en el medio?
Desde Buenos Aires, la pregunta se impone: ¿puede Argentina darse el lujo de perder ventas a China en nombre de un acuerdo político con Estados Unidos? El dilema no es menor. China es nuestro principal comprador de soja, y cortar ese flujo implicaría un golpe directo a las exportaciones y a las reservas del Banco Central. Pero, al mismo tiempo, Estados Unidos sigue siendo clave en la arquitectura financiera internacional, y ningún acuerdo de ayuda pasa sin su visto bueno.
El gobierno argentino enfrenta entonces una ecuación incómoda: sostener su perfil pro-Occidente sin romper con su principal cliente comercial del Este. El famoso "equilibrio multipolar" que Milei defiende en los foros internacionales se pone a prueba en la práctica.
Soja, swap y soberanía
El trasfondo de esta historia va más allá de un embarque puntual. En el fondo, se trata de quién financia la estabilidad argentina. El swap con China fue, durante años, el salvavidas del Banco Central. El paquete de Trump busca reemplazar ese ancla por otra, atada a Washington. Pero en el campo, la discusión es más concreta: ¿nos conviene cambiar yuanes por dólares si eso significa cerrar el puerto de Rosario a los chinos?
El agro argentino ya demostró que puede venderle a todos, y que la competitividad depende menos de la bandera y más de las reglas internas: retenciones, brecha cambiaria, infraestructura y costos logísticos. Mientras discutimos si el problema es el comprador, seguimos sin resolver los viejos desafíos de siempre.
Entre la geopolítica y la cosecha
Para Trump, la soja es un tema electoral; para Xi, una herramienta de presión; y para nosotros, una cuestión de supervivencia macroeconómica. En ese triángulo, Argentina se mueve con la cintura que le permite su necesidad. Pero no hay margen para errores: cualquier paso en falso puede dejar al país sin financiamiento o sin mercado.
Quizás la pregunta no sea "el swap o la soja", sino cómo jugar mejor con ambas cartas sin perder el mazo. Porque mientras las potencias usan la oleaginosa como arma diplomática, para el productor argentino sigue siendo lo que siempre fue: un cultivo que paga las cuentas.