Opinion

No es aislacionismo: es poder sin frenos

La política exterior de Donald Trump no responde al retiro, sino a una nueva forma de dominio global. Sin aliados firmes ni planes duraderos, el expresidente convierte la influencia estadounidense en un arma volátil.

Emily Trask
Emily Trask
Redactora

A seis meses de iniciado su nuevo mandato, Donald Trump ha dejado en claro que su política exterior no responde al retiro ni al aislamiento. Muy por el contrario: su enfoque redefine el ejercicio del poder global de Estados Unidos desde una lógica más cruda, directa y, sobre todo, unilateral. Esta Doctrina Trump, aún sin nombre oficial, se reconoce por lo que es: una apuesta agresiva por la supremacía, sin las formas tradicionales del multilateralismo ni los compromisos duraderos con los aliados.

Los críticos que auguraban un repliegue estadounidense han sido desmentidos. Trump no retira a su país del escenario internacional, sino que reconfigura su papel a base de amenazas, aranceles y demostraciones militares. La retórica del "América primero" mutó en un sistema donde Estados Unidos actúa como un acreedor con poder de fuego: exige, sanciona y condiciona.

El regreso del garrote

Lejos de los ideales de reconstrucción nacional que marcaron otras eras, Trump ha recurrido a conflictos limitados pero demostrativos, como los ataques a Yemen y a Irán. En ambos casos, el objetivo fue proyectar poder, no cambiar regímenes. Y lo logró: recordó al mundo que, aunque China y Rusia ganen influencia, ningún país puede igualar la capacidad de golpe inmediato de EE.UU.

Al mismo tiempo, lanzó una ofensiva arancelaria sin precedentes contra aliados y rivales. La "diplomacia por carta" con México, la UE y Brasil -estableciendo unilateralmente tarifas del 30% al 50%- muestra un estilo que rompe con la tradición negociadora del Departamento de Estado y convierte el comercio en arma geopolítica.

Tecnología, defensa y aliados a prueba

Trump también ha sabido aprovechar la ventaja tecnológica de EE.UU., integrando a países clave como Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos al ecosistema de innovación occidental. La guerra comercial con China sirvió de excusa para consolidar un bloque tecnológico anti-Beijing, donde los semiconductores, la inteligencia artificial y los sistemas de defensa juegan roles centrales.

Pero este esquema no es cooperativo: Trump exige resultados y retribución inmediata. Su presión para que los socios de la OTAN incrementen el gasto militar, o su "cortejo coercitivo" para que Panamá abandone la Franja y la Ruta china, confirman que el nuevo orden trumpista se basa en la dominancia, no en la alianza.

Tres grietas de una doctrina poderosa

Este ejercicio de poder sin restricciones tiene tres fallas estructurales que amenazan con erosionar su efectividad.

Primero, la falta de estrategia clara: Trump opera como negociador táctico, no como estadista. Los aranceles descoordinados con Asia obstaculizan los mismos objetivos que persigue, como contener a China o reforzar el Indopacífico.

Segundo, su confusión entre enemigos y aliados. Mientras se muestra blando con Putin y agresivo con Europa o Canadá, desdibuja la lógica de las alianzas tradicionales, debilitando las redes que sostenían el liderazgo global de EE.UU.

Tercero, su política compromete el futuro del poder estadounidense. Recortes a la ayuda exterior, ataques al sistema universitario y déficits crecientes ponen en jaque la base blanda y científica del poder nacional, indispensable en una guerra fría tecnológica que se libra en laboratorios tanto como en despachos presidenciales.

La paradoja del poder sin fundamentos

Trump usa el poder con efectividad, pero no entiende su origen, y esa es su gran debilidad. Su política exterior revela que la hegemonía estadounidense no está terminada, pero también que su mantenimiento requiere algo más que fuerza: necesita coherencia, alianzas y visión de largo plazo.

En definitiva, la Doctrina Trump no es una retirada, sino una ofensiva sin brújula. Y aunque el músculo norteamericano sigue siendo el más fuerte del mundo, un músculo sin dirección puede golpear... pero no construir.