Economía

Más inflación y menos crecimiento

Lo que dejó la corrida cambiaria. El Gobierno perdió confianza y sólo quedó firme el pronóstico de Dujovne: habrá más inflación y menos crecimiento.

17 May 2018

Los mercados de deuda, los fondos de inversión que se retiraron antes de pagar el impuesto a la renta financiera y la Reserva Federal norteamericana no nos jugaron una mala pasada a propósito. Sería una estupidez suponerlo siquiera. El Fondo Monetario no es el perverso de la película que ahora -ante la necesidad imperiosa de blindaje requerido por nuestro país- nos crucificará sin derecho a apelación. 

Las diferentes capillas peronistas -aún con toda la demagogia que han trasparentado en estos días- no han tenido arte en la factura de la presente crisis. En cuanto al kirchnerismo, si bien es legítimo cargarle las culpas de su pasada gestión y de la feroz hipoteca que le dejó a Macri, no gobernó al país durante los últimos dos años. 

Seamos honestos: en punto a responsabilidades hay que mirar a la Casa Rosada. Verdad es que la autoridad monetaria estadounidense subió las tasas de interés y anunció, de paso, que a esa decisión le seguirían otras en el mismo sentido durante este año. A partir de ese momento, la reacción de los mercados internacionales no se hizo esperar. El hecho no era algo inédito, sobre cuya naturaleza nadie hubiese podido reflexionar antes de que estallara la crisis. 

Por el contrario, cualquiera sabía que el gradualismo -clave de bóveda de la arquitectura macrista- descansaba, pura y exclusivamente, sobre la confianza de los mercados de deuda soberana. Bastaría un estornudo de alguno de ellos para que el castillo construido a partir de diciembre de 2015 -no de ladrillos sino de naipes- se resquebrajase.

El macrismo creyó que tendría tiempo y pareció no darse cuenta de que basar toda su estrategia en un gradualismo tan frágil y tan dependiente de los vaivenes de variables externas era como caminar al borde de un precipicio. Si la inflación orillase 15%, la actividad económica creciese 3,5 %, se votase la reforma laboral y se redujese el déficit primario hasta hacerlo desaparecer en 2019, no tendría el gobierno nada que temer. 

Claro que los mencionados fueron supuestos implícitos desplegados, artificialmente, en una mesa de arena en donde los planificadores de la Jefatura de Gabinete imaginaron un futuro, si no idílico, sí venturoso. Pues bien, ninguna de aquellas metas pudieron cumplirse, y en ese fracaso nada tuvo que ver ni la Reserva Federal ni los capitales golondrinas. Sencillamente, el gradualismo ha sido, en lo que hace a resultados, de una pobreza franciscana. 

Conclusión: para no despeñarnos apelamos al FMI. El gobierno levantó una apuesta en la cual el tiempo era fundamental. Suponía hacer unos pocos ajustes de consideración y dejar el resto del enorme gasto público improductivo tal como está, a la espera de que el despilfarro fuese financiado con endeudamiento. 

En pocas palabras, decidió jugar a la ruleta rusa. Si cada vez que el revólver se gatillaba no había bala en el tambor, se pasaba de año y había vida por delante. Funcionó en 2016 y en 2017. Ahora el proyectil salió disparado y el macrismo quedó herido ¿De muerte? No, en la medida que el presidente y sus principales colaboradores perciban la hondura de la crisis en la que están (estamos) metidos. Si fuesen capaces de trazar un cuadro de situación claro, con base en un diagnóstico correcto, no existen razones para suponer que este sea el principio del fin de Cambiemos. 

Pero eso requiere una dosis de realismo que, por ahora, no ha sido la principal virtud de esta administración. La situación es en extremo difícil porque, de momento, el gobierno ha dejado jirones de su credibilidad en el camino. Más grave que haber perdido en la pulseada contra el mercado de las últimas semanas unos u$s 10.000 millones, es la falta de confianza que hoy generan Mauricio Macri y su equipo. Si fueran creíbles sus explicaciones y sus promesas, las cosas serían algo más sencillas. Pero más de 50 % de la sociedad y la mayoría de los mercados hoy tienen dudas de todo tipo acerca de la capacidad del gobierno para salir del presente berenjenal. 

La increíble falta de idoneidad para comunicarle a la ciudadanía dónde estamos parados, unida a una no menos notable incompetencia de unos equipos técnicos que el presidente había vendido como los mejores de nuestra historia, o poco menos, plantean la posibilidad de que la crisis -hoy atemperada- vuelva a despertar antes de fin de año y que el gobierno no encuentre respuestas exitosas para enfrentarla. Nótese que la totalidad de los problemas que aquejaban a Cambiemos un mes atrás, cuando nadie imaginaba el terremoto que se desataría poco tiempo después, han subido en intensidad. 

La inflación, un lánguido crecimiento económico y el peso de la deuda cuasi fiscal -para mencionar los de mayor importancia- representan desafíos que, en el corto plazo, carecen de solución. Sólo pueden agravarse. 

Las medidas que ha tomado el presidente revelan que la receta gradualista no será archivada, que el gabinete nacional no sufrirá modificaciones de consideración y que la política económica no será reorientada de manera significativa. Si alguien se equivocó -y fueron varios los funcionarios a los cuales les cabe una responsabilidad manifiesta en la crisis- parece no importar. 

Todos fueron perdonados, hasta Emilio Monzó a quien Marcos Peña y María Eugenia Vidal no desearían ver ni en figuritas. Da toda la impresión que en la Casa Rosada se conforman con un par de retoques y afeites al gradualismo y con ponerse al amparo del Fondo Monetario Internacional. De lo contrario, hubieran sido algo más claros en sus manifestaciones. 

El único que se animó a decir lo que se viene, fue el titular de la cartera económica, Nicolás Dujovne. Por devaluada que haya quedado su figura, fue terminante al respecto: habrá más inflación y menos crecimiento. Peor pronóstico, imposible.

Opinión
por

Héctor Tristán

El autor es especialista en temas tributarios del campo
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