A medida que nos acercamos al cierre de la campaña 2024/25, todo indica que finalizará en torno a las 130-132 millones de toneladas, apenas por debajo de las 138 millones proyectadas inicialmente. Aún resta completar la cosecha de soja de segunda y maíz tardío, pero los números no variarán demasiado.
En pocos días más comenzará la siembra de trigo para la campaña 2025/26. Y con ella, reaparecen las dudas e incertidumbres que condicionan la elección de cultivos en un contexto que, si bien ha cambiado en varios aspectos, todavía arrastra desafíos estructurales.
La macroeconomía comienza a mostrar signos de mayor estabilidad: inflación en descenso, reducción del gasto público, superávit fiscal, tipo de cambio más previsible, una brecha cambiaria acotada y un cepo en proceso de eliminación para personas físicas. Sin embargo, ahora es cuando vuelve a pesar con más fuerza la elevada presión fiscal que enfrentamos.
No se trata solo de las conocidas retenciones. El verdadero escollo está en la maraña de tributos distorsivos -como Ingresos Brutos, el impuesto al cheque, tasas y otros gravámenes locales- que configuran un "Costo Argentino" difícil de absorber, especialmente en un escenario internacional cada vez más complejo, marcado por disputas arancelarias como la que enfrentan China y Estados Unidos.
Aunque los avances en desregulación son importantes, sus efectos sobre los costos no son inmediatos. En una economía como la argentina, con una larga historia inflacionaria, los precios son muy resistentes a la baja. Tal como advertimos a comienzos de 2025: los cambios macroeconómicos y las desregulaciones son imprescindibles, pero por sí solos no alcanzan para generar la confianza que necesita la inversión privada y el crecimiento genuino.
Se estima que el complejo granario aportará este año unos 32 mil millones de dólares en exportaciones. Este ingreso fortalecerá la macroeconomía y contribuirá a la estabilidad necesaria para planificar a mediano plazo. Pero no alcanza solo con exportar: es imprescindible abordar otras transformaciones de fondo para reducir el costo argentino y seguir produciendo más.
Entre ellas destacamos:
La desregulación del transporte y mejoras en la infraestructura vial (rutas nacionales, provinciales y caminos rurales que hoy son un desastre).
La optimización de la hidrovía, con licitaciones de dragado y balizamiento que mejoren el calado y reduzcan costos portuarios.
Un sistema ferroviario más eficiente, clave para mejorar precios al productor en zonas alejadas de los puertos.
Mayor control y transparencia en las cadenas comerciales para reducir la informalidad, fomentar una competencia leal y mejorar la recaudación fiscal, con miras a aliviar a futuro la carga impositiva.
Todos estos temas que son de mediano y largo plazo, deben ponerse en marcha y sumarse a las reformas del Estado ya iniciadas, así como la puesta en marcha de una profunda reforma fiscal y laboral que permita pensar el futuro con reglas claras.
Convertirnos en un país exportador que agregue valor a sus materias primas exige una economía abierta, una estrategia basada en la competitividad de nuestros productos y en políticas activas de promoción en nuevos mercados. El comercio exterior global cambió, y debemos rediseñar nuestra inserción internacional con inteligencia, estrategia y vocación de largo plazo.
El camino no será simple ni corto, pero es el único posible si queremos construir un país verdaderamente productivo y competitivo.