El dato fue celebrado en todos los despachos oficiales: con apenas un 1,5% en mayo, la inflación argentina alcanzó su nivel más bajo en los últimos cinco años. Pero mientras la macroeconomía parece estabilizarse, lo que ocurre en el terreno de la economía real es otra historia. Y el termómetro más claro está, una vez más, en el precio de los alimentos.
La carne vacuna, alimento central en la mesa de los argentinos, muestra un comportamiento muy distinto al índice general. De acuerdo con el Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (IPCVA), en mayo los precios al mostrador subieron 2,6%, y en lo que va del año ya acumulan una suba del 27,5%. Casi el doble de la inflación acumulada en ese mismo período, que fue del 13,5%. La brecha no es menor. Y mucho menos casual.
El fenómeno se explica, en parte, por la vuelta a una cierta normalidad macro: con un tipo de cambio unificado, sin cepo y una inflación en baja, las distorsiones se hacen más visibles. Ya no hay aumentos generalizados que disimulen desequilibrios sectoriales. Ahora, los precios se mueven más en función de oferta, demanda y costos reales. Y eso deja al desnudo algunos problemas estructurales.
La estacionalidad empieza a pesar
Desde una perspectiva histórica, el precio de la carne muestra comportamientos bastante predecibles. Los mayores aumentos suelen concentrarse entre marzo y mayo, cuando la demanda todavía se sostiene y la oferta no muestra todo su potencial. A partir de junio, la curva generalmente desciende hasta tocar un piso entre octubre y noviembre. Este año, esos patrones parecen estar cumpliéndose con precisión milimétrica.
La diferencia es que, en este 2025, ese comportamiento se da en un contexto de desaceleración general de precios. Y allí aparece la primera alerta: si la carne sigue subiendo más que el IPC, incluso en el período donde debería aflojar, algo más profundo está ocurriendo.
Del lado de la oferta, la faena se mantiene estable, pero las categorías más demandadas para el consumo interno -como el novillito y la vaquillona liviana- muestran signos de escasez relativa. Y eso se traduce en valores firmes. A su vez, los feedlots reportan márgenes cada vez más ajustados. Con costos de reposición en alza (el índice ternero de junio superó los $3.700 por kilo en Rosgan) y precios de venta estancados, la ecuación empieza a crujir.
Estabilidad nominal, tensión real
Uno de los datos más relevantes es el estancamiento del precio del novillito en el Mercado Agroganadero (MAG), que desde mediados de marzo se mueve en una meseta de entre $3.000 y $3.100 por kilo. Aunque en el acumulado anual el aumento supera la inflación (27,9% vs. 13,5%), los últimos dos meses muestran una clara pérdida de dinamismo.
Sin embargo, si se cumple la lógica estacional, los meses de julio y agosto podrían reflejar la mayor presión de oferta del año, lo que sumaría aún más tensión a los márgenes del engorde. Especialmente si la reposición de terneros sigue encareciéndose, como ya lo anticipan las estadísticas de movimientos ganaderos y los valores registrados en los últimos remates.
En este contexto, el comportamiento del consumidor también es clave. Pese al encarecimiento relativo de la carne vacuna, el consumo interno se mantiene firme, con un promedio per cápita que sigue en torno a los 49,5 kg anuales. Pero esa solidez, en un contexto de ingresos aún deteriorados, podría no sostenerse indefinidamente si la curva de precios no se modera.
¿Qué esperar hacia adelante?
Con una inflación que baja pero una economía real que empieza a acomodarse a sus propios tiempos, todo indica que los próximos meses serán clave para definir la trayectoria de precios en el rubro cárnico. Si se acentúan las dinámicas estacionales, podríamos ver un leve retroceso en los valores al mostrador hacia agosto. Pero si la escasez de categorías clave se profundiza y la presión sobre el engorde continúa, no se descarta que los precios sigan despegándose del IPC.
El mercado ganadero argentino, tan acostumbrado a navegar en escenarios turbulentos, vuelve a mostrar su capacidad de adaptación. Pero también revela que, cuando los ruidos de la macroeconomía se apagan, las tensiones de fondo quedan al descubierto. Y en esa sintonía, la carne -más que un alimento- vuelve a ser un indicador.